viernes, diciembre 03, 2004

Caras que se llenan de alegrías... y ríos que se mueven, mojados en la eterna carrera que han tomado... y el agua ha jurado permanecer húmeda por siempre, y tal era su juramento, que se hizo la bandera y la característica de la humedad, pero la verdadera humedad un día fueron las lágrimas. Apenada la lluvia, mojaba suavemente el rostro de una joven, que lloraba y lloraba. Y tan joven era el mundo que tenía conciencia, que la lluvia no conocía dolor más grande que ese. Lavó las lágrimas catorce veces, pero nunca dejaban de salir, y la herida de la joven se hizo profunda, y ella murió. Nunca supieron la verdadera razón de su llanto, la lluvia, el agua que antes era solo un contacto con aquella masa suave... casi aire. Extrañó a la joven, y el dolor que ella sentía merecía ser recordado, pensó. Así, la lluvia tomó la contextura de esas lágrimas, y su humedad se hizo una canción, canción que hoy habla con tantos idiomas, que tal vez ya no signifique lo mismo que significó alguna vez. Sin embargo las caras felices ocultan su rostro casi siempre de la llvvia, y mojadas cabezas huyen cabizbajas... y las máscaras se caen, y la lluvia logra rememorar, tal vez por unos segundos, el dolor que aquella joven sentía, y el dolor al que el hombre ha sido condenado desde que el agua adquirió la gracias de esas lágrimas (pues, al depender del agua, dependemos de un recuerdo doloroso, no es mi culpa).

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