martes, agosto 29, 2006

Conociéndose (1ra parte)

Un cuento. Espero que no sea demasiado (ya verán a lo que me refiero)

Lo que pasa es que siempre tenía problemas con el paso de los años y mis parejas.

Cuando el tiempo pasaba, y ellas cambiaban, inevitablemente terminaba dejando de sentir lo que sentía por ellas, e invariablemente las cosas terminaban ahí. Quise, por una vez, saber lo que era un cambio mayúsculo en ellas, un cambio constante y radical. Por eso pensé y pensé en hacerlo, por esa simple razón, pero luego se sumaron más.

Me sentí culpable durante meses, pero llega un punto, cuando vives solo en tu casa, en el que los códigos morales impuestos por la sociedad dejan de tener relevancia, y solo te dictan los deseos y necesidades personales. Vivo solo, sí.

Planeé la cosa lentamente, mientras comía, leía, cuando me duchaba e, irónico quizás, mientras rezaba.

Me sentía solo, pero mi soledad no se llenaba con amigos, o con la familia, ambas muy condicionadas al destino. Sí, tu familia te quiere, pero es solo porque eres parte de ella, lo mismo pudieron haber querido al vecino, si hubiera nacido entre ellos. Y sí, tus amigos te quieren, pero una gran mayoría de ellos son solo gente con la que te has tropezado en clases o trabajos y continúan hablándose eventualmente, hasta que "te quieren". Ahora, después de todo, siento que de todos modos uno lucha por ganarse el amor de muchos de estos humanos.

Entonces pensé que había otra razón: ganarme su cariño. Una situación difícil, creada artificialmente, creada intencionalmente, casi como un experimento. ¿Fallaría? ¿Llegaría a ganarme su corazón? El solo pensar en semejante proyecto, aunque un poco abominante, me estremecía de emoción. Había perdido de vista el aspecto reprobable de ello.

Después de todo, en la antigüedad se solía hacer mucho, me dije, y leí al respecto. Incluso con consentimiento de la familia. Así pues, mi plan tenía una razón más para hacerse: rescatar una costumbre, adaptarla al presente, y, quizás (aunque supongo que este anhelo ya era pedir demasiado), que la costumbre se retome, y, en fín, mi pecado deje de serlo y se redima.

Dejé de pensar en las cuestiones morales y éticas del asunto, de buscarme razones históricas y sociales, de elucubrar sobre si esto era bueno o malo. Decidí, al final, hacerlo.

Llegué a la parte operativa del asunto totalmente desnudo. No tenía medios, ni experiencia, y no había planeado nada. Sin embargo, y esto sirvió para elaborar todo lo demás, ya tenía un objetivo señalado.

Un día la rapté.

Mientras conducía a alta velocidad, escapando de mi consciencia, abandonada en ese lugar por meses, recordé.

La seguía a la escuela a veces. La seguía de muy lejos, variaba el camino, desaparecía por cuadras o me cruzaba con ella por caminos transversales, solo viendo sus rutas. Su padre se dió cuenta rápido, y me obligó a averiguar qué días la llevaba su madre, una señora amable y por demás distraída. Nunca me notó.

Una vez que la ruta ya estaba establecida, estudié sus horarios. Me parecieron desastrosamente erráticos en un principio, pero luego detecté un orden en medio de ese caos. Ciertos días salía demasiado temprano de su casa, entonces esos días salía del colegio y se iba a su casa directamente, pues tenía hambre. Otros días salía tarde al colegio, y esos días se quedaba con sus amigos a vagar por ahí, o se quedaba dentro del colegio... supongo que esos días comía bien.

Otros días, que no tenían mucho que ver con el desayuno o el almuerzo, ella se quedaba hasta tarde: clases extra de física. A su madre le había dado un horario todavía más atrasado, y llegaba a recogerla con media hora de retraso, convencida de que ella acababa de salid de clases. Esos días salía acompañada de un compañero de clases a veces, un jovencito que parecía enamorado de ella. Otras veces salía con sus compañeras y, como muchas chicas de esa edad, se dedicaba a hacer la vida de otros difícil. ¡Así la conocí!

Llevé el auto de Reinaldo a la salida del colegio uno de esos días y esperé. Salió con el jovencito ese, que cargaba dos trabajos muy parecidos, supongo que uno de él y otro de ella. Renegué en silencio. Cuando la ira ya hacía mella en mi estómago salieron sus compañeras, y ellas limpiaron al jovencito del panorama en un instante. Le molestaron y le silbaron, lograron avergonzarlo, y él escapó. Se quedaron con ella, y caminaron por ahí, riendo. Vieron el auto, y se acercaron lentamente.

Llegué a fingir molestia o impaciencia bastante bien, se acercaron con sonrisas burlonas, todo parecía irrealmente cabal al plan. Preguntaron por la potencia del carro y otras cosas que ellas mismas no entendían, y yo respondí pacientemente. Una de ellas notó que las placas eran raras, pero no preguntó nada al respecto. Llegó el momento en el que presumí la velocidad y aceleración del auto, y ellas respondieron incrédulamente. Entonces llevé a una a dar una vuelta. Me sonreía al pensar cuánto tiempo esperarían a su amiga antes de darse cuenta que no volvería.

Llegué a mi casa con ella en brazos, y nadie me vió. Nadie. Ese día empezaba una nueva etapa de mi vida, una etapa que ni siquiera en mis más salvajes sueños, sospeché que duraría años.