martes, marzo 03, 2009

Tarde de enero

Tus pasos ligeros acallan el susurrante ulular de las palomas mientras te aproximas distraída.

Va a ser uno de esos días. Te observo venir con una media sonrisa y el paso seguro de quien ya sabe a dónde esta yendo, y yo intento mirar todo alrededor solo para que mi mirada no se pierda en tu precioso rostro y quede idiotizado.

Me levantas de ese banco de la plaza con una fuerza invisible y sobrehumana y nos ponemos a hablar de todo un poco mientras caminamos sin rumbo fijo por la plaza. Hasta que revelas algún secreto destino y ambos nos dirigimos presurosos. Qué no daría porque esos caminos y esas charlas fueran eternos, esos destinos lugares inexistentes o legendarios.

Se escapan de tus labios traviesas sonrisas y de mi boca todo aquello que pueda seguir haciéndote sonreír. Después de un chiste que te haya causado mucha gracia dentro de mí la sangre hierve y algo se felicita cómplice.

Te observo en silencio mientras tomamos algo, la tarde corre a lado nuestro como agua cristalina, tu piel brilla con reflejos del sol. De nuevo arrugas un poco la nariz cuando ríes y yo agradezco alguna arquitectura universal que pudo haberte construido tan perfecta.

La noche cae suave mientras caminamos a tu casa, lento y disfrutando de este atardecer que todo alrededor esta convirtiendo calles en pequeños cajones de intimidad, autos en criaturas de ojos brillantes, tu sonrisa en algo invisible, tu risa como única prueba de ella.

Delante de tu casa nos despedimos, y cuando cierras la puerta no puedo evitar sonreir. No todas las tardes pueden ser simplemente perfectas, pues no todas las tardes te puedo ver.

¡Pero cómo quisiera que así fuera!