lunes, diciembre 13, 2004

Bueno, y eso es lo que podemos llamar el inconcluso monólogo de la desgracia.
Podía dividir en unos 4 tipos o algo por el estilo los discursos de mi compañero: El monólogo de la desgracia, el de la destrucción, el de la alegre melancolía, y el de la paz antes de la guerra. Hoy pude oír un ejemplar monólogo de la desgracia, y bueno, no lloré solo porque no ha llorado en años, en bastantes años.
Como sea, estaba contando como lo conocí. Lo ví en la universidad, cosa que no es que extrañar (me refiero a como lo conocí). Y bueno, días de fiesta y días de elecciones garantizaron una tranquilidad incómoda en la universidad; y esa especie de cucarachas, que se conocen como "nerds", que se entierran desesperados debajo de los libros cuando la luz del sol les puede dar, corrían desesperados de biblioteca en aula, y de cafetería en sala de reuniones. En una de esas mañanas puerilmente cristalinas, y cuando el día estaba perfilándose un poco extraño, él apareció haciéndolo un poco más. Y bueno, luego averigué que sus "clases" cosas que solía dar a un grupito, eran una especie de monólogos, monólogos que no se parecían a los nocturnos, pero que sin duda guardaban ese estilo tan suyo.
Supe conocer en él escasas ganas de enseñar, en realidad parecía presumir lo que sabía. Si uno quería aprender algo, era investigación, y la práctica era oír hablar a este espectáculo caminante, ese ente embutido en chalecos elegantemente apolillados (era una dignidad tal...).
Le hablé después de uno de esos tediosos monólogos, en los que no hacía más que explicar curiosidades de idiomas y costumbres de vida de la población que usaba ese idioma. Esperaba una misteriosa respuesta, pero toda la información que me dió fué mecánica, algo que me dolió algo, pues creía hacerle preguntas únicas y ocurrentes, y él respondía sin esfuerzo, como una entrevista rutinaria de trabajo...
Luego le saludaba en los corredores, pero rara vez podía hablar un tiempito con él, lo único que pedía.

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