martes, abril 19, 2005

Temporada de recreación

2/febrero/2004

Inmutabilidad.

Cada día pesa más, y no se puede evitar. Ella cambia, como si no me diera cuenta, pero yo no, y cada día me es más pesada, pero ¿como empezo?

Recuerdo haberla cargado en mi espalda casi desde que nació. Así calmaba sus miedos, mitigaba su llanto, sabía que no duraría para siempre, esa paz, esa quietud, y juntos ver el amanecer, fatigados, llenos de sudor y lágrimas.

Pero cada día tenía un poco más de mí en ella, cada día un pedacito de mí se iba, recorría su ser, quizá luego lo dejaba ir, pero lo cierto es que a mí no volvía.

Y luego comenzaron los golpes. Pequeños golpecitos sin intención, y luego dolían más y más. Al principio lloraba, pero creo que luego se hizo más fuerte. Y así era ella, cambiante, nunca era la misma de ayer, solo el olor... aquella fragancia era lo que me permitía reconocerla.

La tenía en mi espalda una mañana, una de esas agitadas mañanas de lunes, y no me dí cuenta, pero recibió otro golpe. Tampoco me dí cuenta cuando su pie tocó el suelo.

Entonces se posó en sus piernas. Se estuvo en pie un rato, inmóvil en aquel lugar, balanceándose de un lado a otro, probando cuan fácil era tenerse en pie por sí misma... al cabo de un rato me miró, me miró aterrada, y como si nunca hubiera visto mi rostro, y le tuve miedo yo también. Era inmensa.

Volteó a ver el camino, lleno de gente, y se puso a caminar lentamente. Yo estaba tan aterrado que no pude dar un paso. Y allí me quedé yo. Nunca pude ver sus cambios, pues siempre estaba tan ocupado en tenerla a cargo, siempre sobre mis espaldas. Yo no he cambiado nada, ni siquiera un poquito.

Inmutabilidad.

3/diciembre/2004

corresponde al vacío llenar con su triste silencio el espacio que el resto ha rechazado, como la madre que mima más al chico o al más débil de sus vástagos... ¿como quieres vivir en esta especie de vacío, si el vacío ya es la negación de que estás?... o es que... no has visto nada, y no sientes más que la tristeza del silencio... y no has visto venir... que el vacío te ocupaba lentamente, lento, pero continuo, y que todas tus fuerzas eran drenadas y que la alegría se derretía, mientras se hacía partes del todo que no acepta al vacío... pero ahora que no crees tener nada más que decir... ahora que el dolor del silencio es tu única tranquilidad... ahora te has dado cuenta, amor mío... que eres parte del vacío... y que eres un espacio que todo ha rechazado llenar... y solo el vacío te llena... y... en medio segundo... ¿de qué estaba hablando? (ah de algo que ya no existe...) no importa.

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Caras que se llenan de alegrías... y ríos que se mueven, mojados en la eterna carrera que han tomado... y el agua ha jurado permanecer húmeda por siempre, y tal era su juramento, que se hizo la bandera y la característica de la humedad, pero la verdadera humedad un día fueron las lágrimas. Apenada la lluvia, mojaba suavemente el rostro de una joven, que lloraba y lloraba. Y tan joven era el mundo que tenía conciencia, que la lluvia no conocía dolor más grande que ese. Lavó las lágrimas catorce veces, pero nunca dejaban de salir, y la herida de la joven se hizo profunda, y ella murió. Nunca supieron la verdadera razón de su llanto, la lluvia, el agua que antes era solo un contacto con aquella masa suave... casi aire. Extrañó a la joven, y el dolor que ella sentía merecía ser recordado, pensó. Así, la lluvia tomó la contextura de esas lágrimas, y su humedad se hizo una canción, canción que hoy habla con tantos idiomas, que tal vez ya no signifique lo mismo que significó alguna vez. Sin embargo las caras felices ocultan su rostro casi siempre de la llvvia, y mojadas cabezas huyen cabizbajas... y las máscaras se caen, y la lluvia logra rememorar, tal vez por unos segundos, el dolor que aquella joven sentía, y el dolor al que el hombre ha sido condenado desde que el agua adquirió la gracias de esas lágrimas (pues, al depender del agua, dependemos de un recuerdo doloroso, no es mi culpa).

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Doce vidas se extinguieron un día. Entre ellas se conocían, pero nadíe aparte de ellos los recordaba. Entonces, nada pasó ese día.

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