lunes, febrero 02, 2004

Inmutabilidad.
Cada día pesa más, y no se puede evitar. Ella cambia, como si no me diera cuenta, pero yo no, y cada día me es más pesada, pero ¿como empezo?
Recuerdo haberla cargado en mi espalda casi desde que nació. Así calmaba sus miedos, mitigaba su llanto, sabía que no duraría para siempre, esa paz, esa quietud, y juntos ver el amanecer, fatigados, llenos de sudor y lágrimas.
Pero cada día tenía un poco más de mí en ella, cada día un pedacito de mí se iba, recorría su ser, quizá luego lo dejaba ir, pero lo cierto es que a mí no volvía.
Y luego comenzaron los golpes. Pequeños golpecitos sin intención, y luego dolían más y más. Al principio lloraba, pero creo que luego se hizo más fuerte. Y así era ella, cambiante, nunca era la misma de ayer, solo el olor... aquella fragancia era lo que me permitía reconocerla.
La tenía en mi espalda una mañana, una de esas agitadas mañanas de lunes, y no me dí cuenta, pero recibió otro golpe. Tampoco me dí cuenta cuando su pie tocó el suelo.
Entonces se posó en sus piernas. Se estuvo en pie un rato, inmóvil en aquel lugar, balanceándose de un lado a otro, probando cuan fácil era tenerse en pie por sí misma... al cabo de un rato me miró, me miró aterrada, y como si nunca hubiera visto mi rostro, y le tuve miedo yo también. Era inmensa.
Volteó a ver el camino, lleno de gente, y se puso a caminar lentamente. Yo estaba tan aterrado que no pude dar un paso. Y allí me quedé yo. Nunca pude ver sus cambios, pues siempre estaba tan ocupado en tenerla a cargo, siempre sobre mis espaldas. Yo no he cambiado nada, ni siquiera un poquito.
Inmutabilidad.

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